11 Sep
11Sep

Días de lluvia en la Universidad. 

Un día caluroso de verano, mientras todos tomábamos clase en la universidad, una leve llovizna empezó a caer. Nadie le dio mucha importancia, ya que había cosas más relevantes, como terminar las maquetas de entrega, llevar las copias de la clase de las 8, comer algo porque se te olvidó o ver a tus amigos para platicar de cualquier cosa. Ilusos nosotros.

La pequeña llovizna se convirtió, con el tiempo, en una lluvia leve pero constante. Las nubes negras empezaron a rodear la escuela, como si fuera el ojo del huracán, y algunos listos se fueron corriendo inmediatamente a los taxis para llegar al metro e irse a su casa antes de que cualquier otra cosa pasara. Los demás seguimos en nuestras actividades.

Lo que empezó a llamar nuestra atención fue que los vecinos de la colonia de un lado, empezaron a hacer barricadas improvisadas con llantas, sacos de arena y láminas, presintiendo que esto no iba a ser una lluvia cualquiera. Eso alarmó a todo estudiante que estaba cerca y corrimos por nuestras cosas. Era demasiado tarde.

Al llegar al salón de clases una lluvia de tamaño monumental (como si Tláloc estuviera muy enojado con el mundo) empezó a caer sobre toda la colonia, y en menos de 10 minutos los caminos peatonales donde podíamos salir de la universidad estaban llenos de agua. El estacionamiento parecía el embarcadero de los canales de Xochimilco y solo algunos valientes arriesgaron sus zapatos para llegar a su auto y ver si podía prender para irse de ahí. Cuando por fin un taxista apiadado nos logró subir a su carro, nos dimos cuenta de la realidad más allá de donde estábamos. Colonias inundadas, tráfico parado en la avenida principal, caos en las calles secundarias, gente empapada caminando resignadas de lo que había pasado y lo peor, el metro sin servicio, porque justo las 3 estaciones más cercanas, estaban inundadas.

¿Qué hacer? Seguir el camino de la resignación, salir del taxi y caminar hasta el destino. Mojados, sin ilusión de que la cosa mejore y yendo al compás de la peregrinación forzosa gracias al clima tan extremo que se vivió ese día. Al final, llegar a la estación donde te bajas todos los días, pero con 1 hora y media de retraso, con las piernas endurecidas, los pies adoloridos y cada centímetro de ti mojado, por fin estás a poco de llegar a casa.

Un baño caliente, ropa seca y limpia, la cama fresca y una cena placentera esperan por ti, pero de haber prevenido todo y salir a mejor hora, nada de esto hubiese pasado. Solo queda respirar, tomarse el tiempo de reflexionar y descansar. Miles de personas afectadas igual que yo, todos (espero) llegaron a casa a prepararse para el siguiente día. Así las cosas de este lado de la bonita ciudad, siempre divertida a menos que la lluvia aparezca y toda la infraestructura falle. Usted, querido lector, espero jamás pase por algo así, y si le toca, siento todo su dolor y pesar.

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